El artista no escoge serlo, tiene la necesidad interior de serlo, está más allá de su voluntad. El ser artista es una cuestión de destino o de maldición, puede tener obras buenas y malas, finalmente su condición irreductible es la de ser artista.
Es el que crea imágenes que están más allá de lo nombrable, es el que explora las fronteras de los lenguajes y estructuras de las palabras, cuerpos, movimientos, colores, sonidos, espacios, tecnologías, formas e historias; es el que desarrolla discursos que señalan esto y aquello de la sociedad en proceso, independientemente de su postura política; es el que renuncia a las formas pervertidas de mercados, marcando en su hacer una postura de renovación continua y no de repetición de estilos que lo lleven al éxito seguro. El ser artista es una postura; una condición categórica en el individuo; de cierta manera un apostolado, que se verá afectado por la diversidad de elementos de la cotidianeidad y de la manera de operar del sistema, llevándolo a elegir entre tres posibles opciones: ser artista oficial, alternativo o marginal.
El joven que reconoce en sí su vocación de artista, primero define su área o campo de acción, y así decide comenzar su proceso de educación a pesar de las protestas de los padres, sean de clase acomodada o desposeída, que ven en el artista al bohemio, al fracasado social o al vicioso. Al fin, el joven se inscribe en la escuela de artes plásticas, en la de literatura, en la de música o en cualquiera de las demás que le den las bases para iniciar su proceso dentro de las artes y del campo de la cultura en general. Ahí encuentra sus primeras barreras, su primer cruce con el ogro filantrópico: escuelas anquilosadas por programas fuera del contexto del tiempo; maestros con poca o casi nula participación como artistas de respeto en la comunidad –salvo sus honrosas excepciones-; tecnologías, instalaciones y recursos materiales decadentes; y sobre todo, una estructura formativa que lo conducen más hacia el camino del artista asimilado a la estructura del sistema, que al de ser el artista que renueva, señala, actúa y propone nuevos horizontes.
El joven en ciernes, se da cuenta de todo esto, y es cuando inicia su saludable proceso de rebeldía frente a todas estas condicionantes. Si tiene suerte y logra organizarse con otros, podrá cambiar en algo esas estructuras docentes y avanzar dentro de la escuela; si no, por seguro desertará –por rebeldía y frustración- al poco tiempo e iniciará su producción bajo otros términos.
Aquí hay un punto importante de señalar: en estos tiempos de avalancha de información por todos los medios, el artista joven desea incorporarse a los nuevos lenguajes, a las nuevas tendencias, a las nuevas posturas y estilos a la brevedad posible, y por desgracia, en su afán de renovación absoluta, descuida la parte esencial de la formación académica, del fomento del oficio, de la cocina de las artes, del saber cómo hacer las cosas y aterrizar las ideas y conceptos.
Esto nos lleva a la sentencia de que sin tradición no hay futuro, sin academia no hay renovación, sin oficio no puede haber rompimiento de viejos estilos y escuelas. La sabiduría del pasado es lo que hace que el artista pueda romper con las formas, estructuras y lenguajes prevalecientes.
El joven artista empieza a formar parte de una comunidad artística y sabrá de los placeres y sinsabores de participar en proyectos colectivos; irá probando suerte en sus incursiones y deleitará las primeras puñaladas de traición y admiración de sus compañeros; e igualmente se enfrentará al ogro filantrópico que se disfraza en concursos y premios para estimular la creatividad de los jóvenes. De esa manera el monstruo filantrópico irá detectando a los artistas que deberá cobijar, alentar y más adelante cooptar.
En esa etapa, el artista en ciernes, empezará a tomar sus decisiones sobre el camino a seguir; si participa en concursos y premios, estará aceptando de facto las reglas del sistema para su estímulo; si se niega a participar, habrá iniciado la marcha hacia la alternancia o de plano marginalidad en su accionar. Más adelante habremos de analizar las ventajas y desventajas de cada uno de estos caminos.
Pero la vida sigue su marcha y el paso de los años le irán marcando al artista joven y en camino a la madurez, una diversidad de circunstancias que pueden ser mortales para su carrera como productor de arte. Estas circunstancias son: primero, el retiro del apoyo económico por parte de su familia; después un matrimonio; más adelante los hijos y como consecuencia el mantenimiento de un hogar; elementos que se aplican de una u otra manera a los artistas hombres y mujeres. Pero finalmente, si su vocación -por destino o maldición- es lo suficientemente fuerte, prevalecerá su compromiso de crear, no importando que tenga que abandonar o compaginar lo que sea a fin de producir.
Ahora bien, vamos a suponer que pudo pasar la trampa mortal del desarrollo normal de un individuo entre los veintitantos y treinta y tantos años, y que ha podido sobrevivir a la tragedia de educar hijos, conseguir empleo, ayudar al marido -en el caso de las mujeres- que piensa que era tan artista como ella; o bien de que él -después de una jornada de trabajo de más de diez horas- sueña que puede llegar al restirador por la noche y crear la instalación, performance, coreografía, novela, puesta en escena, pintura o dibujo más espectacular de la cuadra. Y cuando menciono el término cuadra, aludo al término con el que los galeristas nombran a su grupo de artistas, esto es: cuadra, como de caballos.
Ya para ese momento, estará más que definido su accionar como artista; si pudo sortear los compromisos antes mencionados chambeando en un museo u oficina dedicada a la promoción de la cultura; laborando en algún departamento sospechoso de comunicación o promoción cultural de alguna secretaría que podría ser la de agricultura; o bien, dando clases en la escuela de la cual es egresado; o impartiendo talleres y cursos en provincia, y soñando que algún día su obra -ya para esos momentos menor en virtud de que no le dedica el tiempo necesario- será reconocida y obtendrá algún fuerte presupuesto para crear su máximo resplandor como artista; y finalmente participando en cuanto concurso y premio le pongan enfrente… en ese momento, se habrá convertido en el perfecto artista oficial, protegido, apapachado, y sobre todo, cooptado tristemente por el sistema, ya sea oficial o bien de la iniciativa privada, para ser el artista tranquilo y manso, con un buen discurso, con oficio, pero que no incomoda a nadie y que todo mundo aplaude porque su obra es confortable y bella para la sociedad.
¿El artista oficial es artista? Tremenda pregunta que responder. Pero en fin… allá ellos y su mala cabeza.
Pero pasemos al segundo camino, el artista alternativo: este individuo ha caminado su suerte como ser humano al igual que el artista oficial, pero con más valentía, tratando de no caer en las trampas de la docencia permanente; escapando de las chambas de tiempo completo; elaborando un discurso que está más allá de las modas; retirándose a tiempo de concursos, exposiciones, premios o encuentros dudosos; no escuchando los cantos de las sirenas de una familia feliz; haciendo convivir una economía mixta de estímulos tanto privados como oficiales; dedicándole el máximo tiempo a su obra, a fin de no menoscabar oficio y propuesta; cultivándose con lecturas extensas a fin de reforzar su hacer artístico; estableciendo alianzas en su comunidad y en la comunidad cultural en general; integrándose a movimientos que tienen bases y propuestas y alejándose de movimientos políticos y estéticos de vivales que no tienen principios ni conceptos.
Todos esos pasos del artista alternativo, le dan como resultado una obra vigorosa, con propuesta, con oficio, y sobre todo con calidad moral frente al ogro filantrópico a fin de negociar lo que tenga que negociar, con tal de fortalecer su obra y discurso como artista.
Pero en el artista alternativo también existe una trampa ética en sí, y es el querer convertirse a fin de cuentas en la otra voz que marca estéticas, grupos y mafias; esto es, aspira a ser la otra voz oficial del sistema.
Finalmente pasemos al tercer camino: el artista marginal. Este individuo desde un principio ha sido un gladiador contra el sistema; se revela desde la escuela contra estructuras de academia y de la sociedad en general, posiblemente ni siquiera pasa por alguna escuela de arte; se burla de los compañeros que se asimilan a modas, concursos, premios y estímulos sociales; abandera estéticas marginales que hablan más de lo subterráneo y de la doliente sociedad; busca utilizar lenguajes y técnicas de bajo presupuesto a fin de accionar su producción; es indomable y no negocia centímetro alguno con el sistema; no le interesa pasar a la historia en los libros de los consagrados; y finalmente, si es en verdad un artista marginal, jamás aspirará a convertirse en la voz oficial lateral del ogro filantrópico. Esto es: en su esencia de artista que se aleja de los mecanismos del sistema por voluntad propia, encuentra su destino final, oscuro, poco conocido y sin reconocimiento.
Su paso por la sociedad será quizá el más puro en acción, tanto ética como moral, pero desafortunadamente su obra no tendrá un impacto masivo, a menos que dé el brinco por dedo y gracia del sistema y en ese momento se convierta en artista de culto… trágico instante, ya que dejará de tener su calidad de marginal.
A lo largo de estas líneas, me he referido de una manera recurrente al “ogro filantrópico”, término que acuñó hace algunas décadas Octavio Paz para referirse al estado mexicano y sus labores de filantropía. El actual sistema es el que está compuesto por iniciativa privada y gobierno; el que promueve y difunde a los artistas; el que crea, promociona y apapacha mafias y grupos; el que reconoce a la diversidad de artistas con estímulos económicos; el que da foros y estructuras museísticas; el que da teatros y espacios dancísticos; el que edita libros y memorias que serán las bases del futuro; pero también el que detiene iniciativas incómodas para él; el que bloquea a los individuos que no se alinean a sus estatutos; el que es capaz, desde la oscuridad de un funcionario, de aplastar la obra de uno o varios creadores simplemente por capricho; el que impone modas y tendencias de oscura procedencia; y también, ese ogro es el que apoya, desde diferentes trincheras, obras que pasarán a la historia.
El ogro filantrópico no es un grupo, no es una institución en sí, no es un sólo hombre: es el sistema, que a fin de cuentas somos todos. Todos componemos en un momento u otro al ogro filantrópico, y su maldad y virtud está en todos; es finalmente parte de la naturaleza mexicana. El tema del ogro filantrópico es demasiado extenso para tratarse en unas cuantas líneas de este texto, y a manera de conclusión, finalizo: de cada artista depende el escoger su camino, sea el oficial, el alternativo o el marginal; cada quien escoge su condena dentro del sistema de la mejor manera. Eso está más allá del ogro filantrópico.
Manuel Zavala
Tomado de: http://www.arts-history.mx/blogs/index.php?option=com_idoblog&task=viewpost&id=61&Itemid=57
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